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La maldita violencia que se normaliza

Viajaba en un vagón de segunda. La almohada y la sábana olían tan mal que preferí botarlas debajo de la cama. Aunque todo el vagón también “olía a culo”, como diría mi prima argentina. Llevaba más de diez horas dentro. En las paradas estiraba las piernas y respiraba un poco de aire, donde la contaminación de algunas ciudades alcanzaba niveles inimaginables. Hubo días, sobre todo en Delhi, en los que me costaba trabajo respirar. Mucho dolor de cabeza. Ojos rojos. Mareos. Náuseas. Como si una ciudad entera estuviese metida en un tanque de gas. En cuanto sentí que no podía caminar más por esas calles, me moví hacia el norte, por un poco de aire y menos caos.

Cuando el tren se detenía por unos minutos, descendía y me topaba con un individuo que mientras intercalaba un cigarro continuaba su lectura, una novela negra que se revelaba en la colorida portada y de la cual yo no conocía al autor. Y aunque siempre he odiado cuando me interrumpen la lectura, decidí interrumpirlo para charlar un poco. No era un indio como había imaginado. Resultó ser un bangladesí. Me contó un poco de su vida como ingeniero, de sus vacaciones en India y de pronto, tras varios minutos de charla, le pregunté:

-¿Qué me recomiendas ver en tu país?

-¿Conoces a alguien en Bangladés?

-No.

-¿Quieres hacer algún negocio ahí? ¿Maquilar algo?

-Tampoco.

-Entonces te recomiendo que nunca visites mi país.

-¿Por qué?

-¿Ya has visto las peores ciudades de India? ¿Las ciudades de mierda?

-Algunas…

-Entonces imagina una de esas ciudades de mierda, pero quítale los templos y la historia, contamínala más, dale más odio y violencia a la gente, y ahí tienes Bangladés. Insisto, nunca vayas a mi país. No tienes nada que ir a ver.

Entendí desde dónde venían sus palabras. Palabras fuertes para describir tu nación. En algún momento ya había escuchado algo similar, cuando un funcionario mexicano que estuvo en Bangladés me dijo, “Nunca había sentido tanto odio en la mirada de la gente. Ese lugar es resentimiento puro”. Cada uno tiene derecho a interpretar el afuera como quiere. Al mismo tiempo, ambos comentarios solo me dieron más ganas de conocer aquel país por mi cuenta y formar mi propia opinión.

El tren retomó el camino. Abordamos y cada uno regresó a su cama. En la siguiente parada no lo vi más, pero me hubiera gustado seguir charlando o despedirme de aquel bangladesí. Continué el viaje hacia Benáres y sus alrededores. Una de las regiones más sobrepobladas del mundo: una de cada doce personas vive en los alrededores del río Ganges. Y aunque yo ya pensaba lo contrario, todavía no había visto la oscuridad de India, “las ciudades de mierda”. Había visto varias ciudades que tanto se parecían a Latinoamérica, a las fabelas de Brasil, a las villas miseria de Argentina, a las primas de Chimalhuacán, Ecatepec, Iztapalapa o Nezahualcóyotl. Los suelos repletos de basura, pestilencias, dolor, hambruna o las nuevas caras de la pobreza que se llaman obesidad y plásticos asiáticos por todas partes, las edificaciones y cableados que atentan contra la vida en su presente constante: “un antes del derrumbe”.

Pero en esas ciudades de India, donde los cláxones te invaden por todas partes, de frente, de lado, por atrás, donde a los diez minutos cualquier recién llegado se desquicia por la agresividad al conducir y los pitidos inminentes, donde esquivas desechos humanos, de vaca y de perro por todas partes, había una inmensa diferencia con las calles y la pobreza de Latinoamérica. Me cuidaba todo el tiempo de no ser atropellado o golpeado por una moto o incluso por una vaca, pero no temía ser acuchillado o que me dejaran sin la billatera, mucho menos un secuestro. Como sí se espera de múltiples zonas en mi país y de tantos otros suelos de este lado del mundo. Como la mala y pesada broma que hace un viejo amigo italiano cada vez que vuelvo a México, “Veamos con cuántos dedos vuelves”. Como el torso humano que esta mañana, mientras escribo estas letras, apareció sobre una avenida de Cuernavaca, uno de tantos. Solo un torso, sin cabeza, sin brazos, sin piernas. La maldita violencia que genera ideologías, fanáticos, series de televisión y todavía más grave: la maldita violencia que se normaliza.

Pero, a pesar de la pobreza, esa violencia no existe en India, y vaya que es una pobreza todavía más dura que la de México […] (Continúa)