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Los niños

Nos han metido en la cabeza que cada uno de nosotros es un átomo, que todos juntos formamos una realidad de individualistas en donde el mundo solo funge como una base para el autoconocimiento. Sin embargo, ahora, tengo muy claro que es todo lo opuesto. Soy nadie sin los demás. La mirada no es natural, es siempre social, como el lenguaje y, por lo mismo, no existe una sola palabra pura ni un solo gesto puro. Como mis pensamientos más íntimos también son sociales y el sentido más absoluto de mi vida también lo es. Todo lo que soy y todo lo que genero y comparto tiene mucho más sentido afuera que lo que puedo guardarme. El átomo no se conforma en los individuos, si no en el siguiente nivel: la sociedad.
Cuando intento dividir a la sociedad atento contra mi persona, contra la vida misma. Y, sin embargo, las culturas y las realidades realizan esfuerzos abisales por dividir, dividir y dividir. Cuando lo social es inclusión, jugar, cuidar y siempre cooperar. Lo opuesto es ser egoísta, quejumbroso, destructivo, violento, delimitante. ¿Cuánto se destruye uno mismo cada vez que ofende a otro, a un espejo?

Cuando viajo invierto muchas horas en contemplar y en escuchar. Viajar es intercambiarse con los demás, vivir en los zapatos de otros, o hasta sin zapatos. Y en esos momentos, y en múltiples ocasiones, me he planteado las mismas preguntas. A veces, tras ver a grupo de niños jugar, ya sea en una medina del mundo árabe o en el parque más grande de Tokio, los juegos entre infantes suelen ser muy similares: sus actitudes, sus voces, sus sonidos y gritos, sus gestos. Y con preocupación, he imaginado siempre todo lo que los determinará solo por estar sobre ese suelo donde patean la pelota.

En los niños del mundo árabe he anticipado el odio que no les pertenece, pero que les será impuesto. En los niños indígenas he visto las manchas de desnutrición y el dolor que tarde o temprano los alcanzará. En México, especialmente, he conocido niños que no portan nombre porque sus probabilidades de morir son tan altas que los padres los nombran hasta que cumplen los seis años. En los infantes nipones he previsto todos los esquemas que los limitarán y los harán seres tan infelices como eficaces, tan predeterminados. Pero en todas esas situaciones siempre he llegado a la misma reflexión: todos somos la misma persona. Haz que esa persona nazca en un punto distinto del planeta, tiempo y espacio, y obtendrás infinitas versiones de un mismo individuo. Las condiciones determinarán incluso su fisonomía, sus pensamientos, su ejecución, su lectura de la realidad, su ser.